El Umbral de mis sueños

Una historia de JOAN GERMOSO

Cuando cuente hasta tres, abrirás los ojos lentamente: 3, 2, 1. Te tengo. Respira, respira, respira. Estás aquí conmigo... pero algo oscuro aún te persigue, no te soltaré, no dejes que te atrape, aquí no puede hacerte daño... todavía. Fueron las inquietantes palabras del Padre Mario, experto en exorcismos a través de regresiones, un hombre con ojos sombríos que parecía arrastrar consigo el peso de cientos de almas perdidas, atrapadas en los ecos de vidas pasadas mediante la hipnosis por capas de sueños. Tomé su mano con desesperación, mis dedos temblaban.

Lo miré y lo que vi en su rostro fue algo más que lágrimas: un abismo profundo de sufrimiento, su expresión deformada por el horror que compartimos. Las lágrimas brotaron de sus ojos, también de los míos, mientras el peso de lo que habíamos presenciado nos aplastaba.

Sin darnos cuenta, las sombras lo envolvieron todo, tragándose la luz, y supe con absoluta certeza lo que iba a suceder. Estaba de vuelta en aquel cuarto, el mismo donde en 1876, en un pueblo perdido de San Juan de la Maguana, él había nacido... pero también había muerto muchas veces. Escuché los gritos desgarrados, como si proviniera de una garganta atormentada por siglos. 

Vi a las personas correr, no para escapar, sino para alejarse de algo inhumano. El aire se tornaba denso, irrespirable. El olor a carne y madera quemada me rodeaba. El oxígeno se desvanecía de mis pulmones, como si manos invisibles apretaran mi garganta, y me vi desplomarme, el frío de la tierra mojada devorándome lentamente.

Vi la vida drenarse de mí, como un río oscuro brotando desde mi ombligo, sintiendo el calor marchitarse mientras mi cuerpo se desconectaba del de mi madre. Las voces… esas voces inhumanas murmuraban mi nombre en una lengua olvidada, susurrando maldiciones antiguas que atravesaban mi ser.

Fue en ese preciso instante cuando sentí cómo algo maligno, algo mucho más antiguo que el tiempo, se apoderaba de mí. Desperté.Pero el despertar no trajo consuelo. Mi cuerpo flotaba en un limbo de sombras, todo carecía de sentido, un vacío absoluto. Me movía lentamente, pero no por voluntad propia. Al moverme, fragmentos de lo que alguna vez fue mi carne caían de mí, y el suelo bajo mis pies se desvanecía.

Las paredes del tiempo colapsaron y la realidad se disolvía en un torbellino de gritos y sufrimiento. Escuché los gritos de nuevo, esos gritos que ya eran parte de mí. Vi a las mismas personas correr, pero esta vez sus rostros estaban deformados por el terror y el sufrimiento eterno. La presencia maligna estaba más cerca que nunca, una sombra que devoraba todo a su paso. Mi corazón latía frenéticamente, como si intentara escapar de mi pecho. El miedo era tan denso que apenas podía respirar.

Intenté correr, pero mis piernas se quemaban. El dolor era insoportable, como si caminara sobre brasas infernales. Sentí su cuerpo invadiendo el mío, desgarrando mi alma con garras invisibles. No podía hacer nada... nada, excepto ser testigo de cómo mi esencia se fusiona con la suya, atrapados juntos, para siempre. Desperté. O al menos creí haberlo hecho. Nada tenía sentido. Mi mente era un laberinto, y lo único que me anclaba a la realidad era el azabache que colgaba de mi muñeca derecha, tal como el día en que nací.

 Pero, ¿acaso nací? Todo estaba envuelto en una niebla densa y oscura. Aún no entiendo por qué me atormenta, por qué de manera repetida trata de comunicarse conmigo. Pero sé que lo que intenta decirme me destruye por dentro. Me desgarra. Cada palabra, cada visión me hiere, me consume, y mi alma, si es que aún existe, no tiene descanso. Mi cuerpo es débil para tanta maldad. Lo sé. Y mientras esa cosa siga fuera, buscando la manera de entrar en mí, no podré regresar.

De repente, el aire en la habitación se volvió helado. Mi cuerpo comenzó a temblar, paralizado. Estaba ahí, totalmente inmóvil, mis labios sellados por un pánico indescriptible, incapaz siquiera de gritar. Entonces lo escuché. Sus pasos. Lentamente, arrastrándose hacia mí. Sentí su energía, esa presencia densa que había sentido antes. El olor... un hedor a muerte, a carne podrida.

Su voz, un murmullo, pero no como en las otras ocasiones. Esta vez, cuando estuve a punto de verlo, algo cambió. Una luz incandescente me envolvió, pero no fue un alivio. Fue más como un relámpago que transporta mi existencia, arrojándose sin piedad hacia otro abismo.

Me encontré en la séptima capa de mis sueños, un lugar donde la realidad era tan aterradora como el mundo físico que vivía cada día. No había escapatoria. La lucidez se convirtió en una trampa. Cada falso despertar era peor que el anterior.

Me vi leyendo la historia... una historia que no era mía, pero que me pertenecía. En un pequeño pueblo al sur, un ser místico luchaba por volver a este mundo, y yo, sin saberlo, lo había estado guiando a través de mis sueños.

De repente todo cambió. Volvió a empezar. al parecer esto no terminará y entonces, escuché una voz distante: "Te tengo, te tengo, ya vas a llegar". Respiré, o al menos lo intenté. Grité con toda mi alma, pero no sirvió de nada. Acababa de nacer. Y nuevamente, a lo lejos, una voz susurraba: "Cuando cuente hasta tres, abrirás los ojos lentamente: 3, 2, 1. Respira, respira, respira, estás aquí conmigo, no te soltaré, aquí no puede hacerte ningún daño". Y vi la cara del Padre Mario, confundido, incapaz de entender el verdadero horror de mi despertar.

No era mi historia. No era la de él. Es la historia de tus sueños la que acabas de leer…