La ladrona de corazones

Una historia de IRENE FELIX

Érase una vez, en un pequeño reino donde los colores cobraban vida y las formas se entrelazaban como hilos de un lienzo, vivía una talentosa diseñadora llamada Eirena. Desde niña, le fascinaban los trazos y las líneas, y cada día creaba paisajes y figuras que llenaban su mundo de magia. Pero había un pequeño detalle que le quitaba el sueño: no sabía dibujar corazones.

Las personas a su alrededor, al ver sus intentos, se reían y le decían: "Si no puedes dibujar un corazón, no puedes tener uno". Y aunque Eirena se esforzaba, cada vez que sus lápices rozaban el papel, sus corazones salían desiguales, irregulares, con curvas que parecían torcidas. Con el tiempo, Eirena empezó a creer lo que decían, y así, su corazón propio comenzó a sentirse cada vez más vacío y frágil.

Mientras crecía, buscaba llenar ese vacío de alguna forma. Empezó a tomar corazones prestados de otros, a cambiar los suyos por los de aquellos que la rodeaban. Poco a poco se logró convertir en la reina de aquel reino, en donde empezó a reinar con terror, robando corazones porque los suyos no eran suficientes, no eran dignos. Lastimaba a otros sin querer, siempre en la búsqueda de un corazón que encajara mejor con el suyo. Infundió el miedo por todo el reino, ya nadie tenía corazón a su alrededor, y los que lo tenían salían gravemente heridos luchando para no perderlo. 

Un día, mientras caminaba sin rumbo, llegó a un viejo árbol de naranjos en las afueras del reino. Se sentó bajo su sombra, abrazada por el aroma dulce de las flores de azahar, y sacó su cuaderno de bocetos. Las hojas estaban llenas de corazones, cada uno diferente, cada uno más torcido que el anterior. Eirena se sentía sola, pensando que jamás encontraría un lugar donde encajara, pensando que sería una ladrona de corazones para siempre y que nunca encontraría el suyo, a pesar de haber robado todos los corazones de sus súbditos, su pecho seguía sintiéndose vacío, seguía sin tener corazón.

Pero entonces, apareció un joven de ojos bondadosos y sonrisa cálida. Vestía de color naranja, y llevaba las manos sucias de pintura de diversos colores, Se llamaba Mesías. Al ver el cuaderno de Eirena, le preguntó si podía verlo. Eirena, temerosa, se lo entregó, esperando que él se riera, como todos los demás. Pero Mesías no se rió. Observó cada corazón con detenimiento, y después de un largo silencio, le dijo: "Estos corazones son hermosos, Eirena. Son únicos, llenos de vida, de historias. No necesitas cambiar lo que eres ni tomar corazones ajenos. Los tuyos son más que suficientes, solo necesitas verlos con otros ojos".

Eirena, inspirada por las palabras de Mesías, decidió mostrar su verdadero ser a su reino. Renunció a su título de reina, dejando atrás el trono que tanto había anhelado, pero que la había mantenido en una constante búsqueda de aprobación. Al hacerlo, muchos en el reino la juzgaron, criticando sus corazones imperfectos y cuestionando su valentía al abandonar el poder. Sin embargo, otros tantos la aceptaron como era realmente, reconociendo la belleza de su autenticidad y la verdad que cada uno de sus corazones expresaba. 

Desde ese día, dejó de robar corazones y comenzó a compartir los suyos con quienes sabían apreciarlos. Sus trazos, antes tímidos, ahora fluían con libertad, y sus corazones, aunque seguían torcidos, brillaban con un nuevo resplandor. Eirena entendió que lo que siempre había buscado no era un corazón perfecto, sino alguien que supiera ver la belleza en lo imperfecto. Comprendió que prefería la atención de unos pocos que la valoraran por quién era, antes que la admiración de muchos que nunca entendieron su verdadero ser.

Aunque no volvió a ver a Mesías, su recuerdo y aquel viejo naranjo se convirtieron en algo sagrado para ella, se trasladó a otros reinos y conoció a muchas personas; sin embargo, nunca lo volvió a ver, con el tiempo empezó  a pensar que tal vez Mesías fue solo un sueño, o una especie de salvador, o a lo mejor una parte de su deforme corazón ansioso porque lo aceptaran y reconocieran, ansioso de hacerle recordar a Eirena que sí tenía un corazón, y que siempre lo tuvo.