El MILÍMETRO DE LA MUERTE

Una historia de ANTHONY DE LA ROSA

Antonino era un diseñador web dedicado, conocido por su perfección en cada proyecto que tocaba. Trabajaba para Jesuniano, un jefe exigente que valoraba la excelencia por encima de todo. Un día, Jesuniano le dio un encargo urgente: crear la página web de un cliente importante. Tenía solo una semana para hacerlo.

Al principio, Antonino estaba seguro de que lo lograría. Sin embargo, a medida que avanzaba, se encontró con un problema extraño: los textos nunca se alineaban correctamente. No importaba cuántas veces revisara el código, ajustara las columnas o intentara otros métodos, siempre había algo que estaba mal. El tiempo pasaba, los días se convertían en noches de interminable frustración, y el reloj no se detenía.

Cada intento fallido aumentaba su desesperación. Una semana completa sin dormir, solo pensando en cómo alinear esos textos malditos. El problema no parecía tener solución. Exhausto, con los ojos enrojecidos por el cansancio y la pantalla del monitor, Antonino finalmente colapsó sobre su teclado.

Cuando despertó, ya no estaba en su oficina. Se encontraba en un oscuro mundo digital. A su alrededor flotaban líneas de código corruptas y páginas web destrozadas. Las tipografías aparecían distorsionadas, los colores estaban desordenados y los menús flotaban en el aire, fuera de lugar. El caos digital lo envolvía.

Frente a él apareció una figura siniestra: una versión de sí mismo, pero deformada, hecha de líneas de código rotas, con la piel agrietada como si estuviera quemada por la radiación de pantallas LED. Era Thrive el Cryptor, una encarnación de su propio agotamiento y desesperación, nacida de la obsesión.

—¿Intentas escapar del error, Antonino? —susurró Thrive el Cryptor, con una sonrisa torcida—. Aquí todo está roto, tal como lo dejaste. Has caído en tu propia trampa.

Antonino miró a su alrededor, asustado. Sabía que estaba atrapado en una pesadilla, prisionero de su obsesión por hacer todo perfecto. Cada vez que intentaba moverse, más y más errores aparecían, envolviéndolo en una red de código roto y desalineado.

En medio de su desesperación, una voz familiar rompió el silencio. Era la voz de Jesuniano, que resonaba en su mente, como si hablara desde lo profundo de su subconsciente. 

La voz solo decía INTELIGENCIA EMOCIONAL.

—Antonino, decía la voz de Jesuniano. La verdadera habilidad está en mantener el control, gestionar las emociones y enfrentar los problemas con claridad mental. Si dejas que el miedo te domine, perderás el rumbo. Aprende a aceptar los errores como parte del proceso.

Esas palabras hicieron eco en el caos digital que lo rodeaba. La inteligencia emocional, ese equilibrio que tanto le había costado entender, era lo que necesitaba en ese momento. Antonino cerró los ojos, respiró profundamente, y por primera vez en días, sintió calma.

Con renovada determinación, Antonino abrió los ojos y enfrentó a Thrive el Cryptor.

—No necesito que todo sea perfecto —dijo con firmeza—. El diseño no es sobre controlar cada píxel, sino sobre contar una historia. Si dejo de temer a los errores, podré avanzar.

Thrive el Cryptor retrocedió, sorprendido por la nueva resolución de Antonino. Lentamente, las líneas de código rotas comenzaron a corregirse y el caos que lo rodeaba se desvaneció. Cryptor, con el rostro lleno de cicatrices, se disolvió en el aire, dejando a Antonino en paz.

Antonino despertó en su escritorio. Habían pasado solo unos minutos desde que se había desmayado, pero todo se veía diferente. La página web seguía abierta en la pantalla. Las palabras estaban aún ligeramente desalineadas, pero ya no le importaba. Había aprendido algo importante: el diseño no tiene que ser perfecto para funcionar. Lo que importaba era transmitir el mensaje y cumplir con el propósito.

Al finalizar la página web, ya no sentía esa ansiedad por cada pequeño error. En su lugar, sintió orgullo por lo que había logrado, sabiendo que lo importante no es que todo salga perfecto, sino que funcione y conecte con las personas.

Al final de la semana, Jesuniano revisó el trabajo. Observó la página con ojo crítico, inspeccionando cada detalle. Aunque la web era funcional y visualmente atractiva, no pudo evitar notar que los textos estaban desalineados por unos milímetros.

—Está muy bien, Antonino, pero esos textos... —dijo Jesuniano, señalando las ligeras imperfecciones.

Antonino lo miró y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

—Lo sé, —respondió con tranquilidad—, pero el mensaje está claro, y el propósito está cumplido.

Por dentro, Antonino sabía que había aprendido que el perfeccionismo nunca le había dejado ver: el verdadero valor del diseño no está en la perfección técnica, sino en la capacidad de conectar y transmitir significado. Dijo antonino a jesuniano.

Luego de esto, Jesuniano le dijo, tienes razón. PERO TE FIJASTE QUE ESE NO ES EL COLOR DE LA MARCA

Antonino de GOLPE se volvió a levantar, dándose cuenta de que nunca estuvo despierto, pasando el resto de su vida sin poder ajustar los textos. Milímetro a milímetro antonino nunca se despertó.