Valle de Esperanza

Una historia de ANGELA POZO

En el acogedor pueblo de Valle de Esperanza, la noche de Halloween era una celebración llena de alegría y miedo. Los habitantes decoraban sus casas con calabazas, arañas, monstruos inflables y luces tenues, mientras los niños se disfrazaban de criaturas fantásticas y se llenaban de golosinas. Sin embargo, había una tradición que siempre se había perdido en el tiempo en la vecindad: la de compartir historias de amor y bondad.

Hannah, una joven cristiana con un corazón generoso, decidió que este Halloween sería diferente. “En lugar de centrarnos en el miedo, podríamos celebrar la luz y el amor que Dios nos da”, les dijo a sus amigos. Aunque algunos dudaban, su entusiasmo comenzó a contagiarse.

Hannah propuso que, además de pedir dulces por el vecindario durante la semana, podrían organizar una búsqueda del tesoro la última noche, donde cada estación representara una cualidad positiva: amor, bondad, generosidad y esperanza. “¡Podemos incluir a todos en esta celebración!”, sugirió. Sus amigos, emocionados por la idea, comenzaron a planear el evento.

Durante la semana, fueron a distintas casas y luego del clásico “dulce o truco”, los niños les daban un papelito en donde estaba la invitación a la búsqueda de tesoro, junto a un versículo. El último día de la semana, los niños se disfrazaron de superhéroes y personajes de cuentos, llevando consigo pequeñas cestas llenas de dulces y ese día, en lugar de recorrer las casas pidiendo golosinas, se detuvieron en cada parada de la búsqueda del tesoro, donde Hannah y sus amigos les contaban historias sobre cómo las pequeñas acciones de bondad podían cambiar el mundo.

En una de las paradas, Hannah compartió la historia de un buen samaritano que ayudó a un extraño, resaltando la importancia de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. “Cada vez que elegimos amar, reflejamos la luz de Cristo”, dijo.

Los niños y padres que los acompañaban, escuchaban con atención, y sus ojos brillaban al comprender el mensaje. En otra parada, un grupo de ancianos del pueblo se unió a la celebración, compartiendo sus propias historias sobre momentos de amor y amistad en sus vidas. “La verdadera magia de esta noche es el amor que compartimos”, comentó una de las abuelas, sonriendo.

A medida que avanzaba la noche, la plaza del pueblo se iluminó con risas y música. Más padres con sus hijos y toda su familia se unieron y disfrutaban del evento que Hannah y sus amigos habían preparado. Todos se reunieron en el parque central del pueblo y comenzaron a compartir sus historias y reflexiones. Se sintieron conectados y en comunión, no solo con sus propios amigos, sino con toda la comunidad.

Cuando el evento llegó a su fin, Hannah se dirigió a todos diciendo: “Esta noche no solo celebramos Halloween, sino que celebramos el amor que Dios nos enseña. Recordemos que en cada acto de bondad, estamos sembrando luz en el mundo”.

Con el corazón lleno de alegría, Hannah vio cómo el pueblo se unía en una celebración de amor y esperanza. La noche de Halloween pasó a ser un símbolo de comunidad, donde la luz de Cristo brillaba más que nunca. Desde entonces, Valle de Esperanza no solo celebraba Halloween como una festividad más, sino como una oportunidad para recordar el poder del amor y la bondad, reflejando la luz divina en cada rincón del pueblo.